Prohibir la marcha de los evangélicos es un exceso de poder

Decir no, a la comunidad
evangélica dominicana que con apego al Derecho Natural se aferra a la idea de
oponerse a la libre práctica homosexual y lésbica, es negar una libertad que a
otros el Estado Dominicano concede.
Decir sí, a que todo un
mes se manifiesten libremente los gays, con todo el derecho, es permitir a unos
y negarle a otros el derecho a la libre expresión.
Con la entrega de un
decreto autorizando un cambio de nombre masculino a femenino de un transexual
llamado Mía Cepeda, el Poder Ejecutivo ha hecho uso de una libertad, que nadie
asegura que se le permita bajo un régimen constitucional que reconoce que la
familia dominicana se basa en una relación de un hombre y una mujer, los cuáles
en el tiempo de su matrimonio tendrán unos hijos. ¿Y entonces, cómo tendrán los hijos los que
se apareen siendo de un mismo sexo?
Los evangélicos tienen
derecho a expresarse libremente, a pedir que se respete la integridad de la
familia y la filosofía religiosa, igualito al que alegan tener los gays que
marchan libremente con su bandera tricolor, cuidados por las autoridades y
protegidos por el Derecho Dominicano.
Prohibir la marcha de los
evangélicos es un exceso de poder, de unas autoridades que no saben guardar
apariencias, y que parecen serviles ante el poder foráneo, y temerosas a que se
les señale por discrimen, cuando prohibir la marcha de los evangélicos resulta
justamente eso, un acto de discriminación.
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